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Un tiempo para jugar y rol de los padres
Es un hecho evidente que al acercarse el 6 de enero de cada año, las campañas publicitarias renuevan sus campañas para atraer a vuestros hijos. Los medios de comunicación se hacen eco de los más recientes y sofisticados juguetes. También los escaparates de los centros comerciales atraen poderosamente su atención, encandilan los ojos de los niños que, pegados a los cristales de las tiendas, a la pantalla del televisor y a los catálogos que caen en sus manitas, van pensando (¿por sí mismos?) en la carta que escribirán a los Reyes Magos.
Los padres sois conscientes de la importancia que tienen los juguetes para vuestros hijos y sabéis lo mucho que para ellos significan, precisamente por estar metida de por medio la ilusión. Aunque en toda época del año os preocupáis por este tema, es especialmente en las fechas navideñas cuando os planteáis de nuevo los eternos dilemas sobre el qué, el cuánto y el cómo de los juguetes.
Es que quiere un juguete mecánico: ¿una “complicación” para olvidar?
Me contaron en una ocasión una experiencia muy reveladora que explica a las mil maravillas cómo hay que procurar elegir siempre aquellos juguetes que los niños van a usar luego más, porque encuentren en ellos un mayor entretenimiento.
Unos cuantos psicólogos y educadores llenaron de juguetes dos habitaciones. En una colocaron todos los juguetes mecánicos más apasionantes y más anunciados en todos los medios de comunicación: coches trenes, aviones eléctricos, animales y muñecos parlantes, corredores, saltarines... En el otro cuarto se limitaron tan sólo a colocar docenas de ladrillos, cajas de cartón de todos los tamaños y formas, tablas, arquitecturas, mecanos, herramientas, trapos, papeles, bolsas... y demás utensilios poco “atractivos” y sin “marca de fábrica”.
Se tomó un grupo de niños escogido al azar y de diferentes edades y se les dejó en completa libertad para entrar en cualquiera de las dos habitaciones. Durante los primeros días de la experiencia todos los niños se instalaron en la habitación donde estaban los juguetes mecánicos. Pero pronto se dieron cuenta de que era mucho más interesante y se lo pasaban mejor con lo que había en la habitación de al lado..., y en ella se instalaron en pleno, jugando un día tras otro, construyendo, edificando, deshaciendo y volviendo a hacer de mil modos distintos lo que su imaginación les sugería a través de aquellos materiales tan simples.
Aquellos elementos tan sencillos, considerados por los psicólogos y educadores como los juguetes más adecuados, habían conseguido entretener a los niños por más tiempo y mejor que las últimas maravillas mecánicas, complicadas, con pocas posibilidades de transformación y en las que los niños no tenían la menor posibilidad de participar.
Esto nos indica el cuidado que es preciso tener con la elección de algo que parece tan sin importancia, como es el juguete de un niño.
Actitud de los padres
El papel de los padres puede concretarse –a modo de conclusión práctica de todo cuanto llevamos dicho- en un conjunto de puntos básicos:
1. Aceptar, en primer lugar, la importancia que tiene el juego y los juguetes en el desarrollo de la personalidad de nuestros hijos.
2. Proporcionar a los hijos espacio y tiempo suficiente dentro de las actividades generales de la casa, para que jueguen en un sitio adecuado y durante un tiempo determinado al día.
3. Fomentar los juegos y tratar de descubrir, a través de ellos, las aptitudes de los niños en otros campos. Los juguetes no sólo sirven para que los niños lo pasen bien, sino también para conocer mejor la psicología de cada uno de nuestros hijos, para descubrir su capacidad de berrinche, su poder de atención, sus posibilidades de autodominio, etc.
4. Preparar y supervisar a distancia todas sus actividades, dejando un margen amplio a sus iniciativas y necesidades. Debemos promover un dilatado cultivo de dominios –capacidades y actitudes-, pero dejándoles en libertad para que ellos mismos se vuelquen más en unos juguetes que en otros.
5. No dar excesivas advertencias negativas a nuestros hijos en lo que se refiere al uso de sus juguetes: “que te vas a ensuciar”, “que te vas a caer”, “que lo puedes romper”. El tiempo de jugar es para que los niños se entretengan y se lo pasen en grande, no para que se obsesionen con unas preocupaciones y unos cuidados excesivos.
6. Poca presencia material abusiva por parte del adulto, aunque a veces resulte muy positivo participar. El niño no desea jugar siempre solo: quiere que sus padres participen y se siente profundamente decepcionado si no lo consigue nunca. Jugar con él – no por él- puede ser, en ocasiones, una forma de acercarse y de comprender su mundo. Los niños serán más felices con un juguete sencillo y con nuestra intervención activa que con los juguetes más costosos, pero sin nuestra presencia.
María Galvache,
Profesora de Educación Infantil en el Colegio Orvalle